jueves, 20 de noviembre de 2008

De la Selva su perla

Loreto, región olvidada por muchos gobiernos, sin embargo de importancia enorme cuando se trata de evaluar su aporte económico y ecológico al país. Iquitos, ciudad de las motos y mototaxis, hoy atestada de muchos inmigrantes de la Sierra, la mayoría comerciantes que venden desde un alfiler hasta tours por los campamentos de aborígenes, pasando por venta de ropa, zapatos, cosméticos, souvenirs selváticos; dueños de restaurantes de comida típica del lugar, y de las tan necesitadas heladerías, donde un cono con helado de aguaje te sabe a gloria después de transpirar como loca frente a un termómetro que marca altas temperaturas.

Por un sol cincuenta te llevan a la Plaza de Armas, allí, en un restaurante, observo la presencia de varios grupos de turistas almorzando y comprando casi todo lo que se les ofrece. Me voy a una callecita empinada donde el año pasado degusté varios menús deliciosos. Esta vez llegué temprano, mucho antes de la hora del almuerzo. Cuando estaba a mitad de mi plato pude ver a varios parroquianos parados o dando vueltas, esperando que se desocupe una mesa. El sitio, ya famoso por su buena calidad, estaba atestado. Cerca de allí está la conocida Casa de Fierro, diseñada por el mismísimo Eiffel, padre de la torre que lleva su nombre en la famosa Francia.

Decidí ir a La Favorita, ya venida a menos, pero una heladería que siempre me hará recordar a papá. Como siempre que voy a visitar a la abuela tomé un helado de ungurahui, camu camu, y el infaltable aguaje. Se quedó para el recuerdo la amplia sonrisa con la que me recibió la que supuse dueña del lugar: una señora regordeta que estaba detrás de uno de los mostradores del fondo. Y es que hoy, con la proliferación de heladerías con locales más céntricos y modernos, es difícil que alguien piense en comprar allí.

Esta vez mi paseo por el centro no fue interrumpido por la presencia de la tía Gloria saliendo de un banco conocido. Esta vez no tuve que defender mi postura frente a la situación de la abuela. Al final, ¿qué podría hacer yo viviendo en Lima?, o mejor dicho: ¿qué podría hacer yo viviendo en Iquitos? Si en la capital escasea el trabajo para mí, es poco probable que lo halle en la tierra de papá. Además... ¿quién viviría con mamá? ¿Quién estaría pendiente de ella? ¿Quién se pelearía con ella convirtiéndose esto en su principal distracción? Ya está decidido desde hace mucho, debo quedarme en Lima.

Estuve esperando la salida del avión desde las siete y pico de la mañana. La pista, rodeada de exuberante vegetación, distaba mucho del panorama que exhibe el aeropuerto limeño. Esta vez no llovía, tampoco me despidió el perfecto arco iris que se extendió ante mi mirada asombrada y feliz a través de la ventanilla del avión a mi llegada. Pero igual, partía a Lima. El próximo año estaré de nuevo allá. Es una promesa que me he hecho. Otra vez saborearé un helado exótico en una tierra vibrante de calor, fuego, pasión, ¡todo! Bendita ciudad que vio nacer al hombre más importante de mi vida; por algo eres y siempre serás de la Selva su perla.

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