lunes, 24 de noviembre de 2008

Amordazando libertades

Ciertamente hemos llegado al colmo de la suciedad, la salida de notables hombres de prensa de medios circunscritos dentro del grupo El Comercio nos muestra que la libertad en este país es puro cuento de hadas. La sumisión de los Miró Quesada al gobierno aprista ya no sorprende, luego de observar que en sus canales televisivos hay una especie de compadrazgo cantado.

Aún recuerdo los años en que guiada por mi otrora profesor, don Francisco Miró Quesada Garland, aprendía que uno no es periodista si se parcializa, si se calla cuando no debe callarse, si 'vende' su pluma al mejor postor. Lamentablemente la familia Miró Quesada ha caído en la corruptela que envuelve a otros medios sin tanta fama de imparcialidad y veracidad.

Hoy ya solo nos queda el espacio cibernético para compartir ideas, denunciar injusticias, leer artículos que no se permiten publicar en los diarios porque son veraces y van en contra del gobierno y sus oscuros manejos que benefician a una élite que se alimenta de la mayoría de peruanos, que representa estratos sociales económicamente menos favorecidos.

Seguiremos denunciando a esa prensa sesgada que vive bajo el control del gobierno de Alan García, daremos nuestro respaldo a hombres probos y justos como Augusto Álvarez Rodrich, quien marcó la diferencia durante estos más de dos años de estar al frente de Perú 21.

Si no hay justicia en nuestra sociedad, si carecemos de valores, de libertad, de opinión, ¿de qué nos sirve estar económicamente fuertes?

viernes, 21 de noviembre de 2008

Amiga mía

Joven, inteligente, con empeño en surgir pero sin muchas oportunidades por su condición económica. En el país existe muchas como tú, con los mejores calificativos para hacer un gran papel en la vida. Es injusto que no pueda ayudar a gente como tú, que no esté dentro de mis posibilidades tender un puente hacia ti, para que puedas hacerte una vida cimentada en logros que te abran muchas puertas, como lo mereces.

Estoy en tu cabina, has hecho bastante al estructurar tu negocio, pero siento que no eres feliz. Me dices cosas terribles como que quieres dormirte para siempre, descansar el resto de tu vida en un sueño profundo y sin fin.

Todavía tienes un camino largo que recorrer, mucha gente te va a querer, mimar, idolatrar. Al principio es así, todo negocio exige mucho sacrificio y entrega, luego vas a tener tiempo para ti, para descansar, para divertirte como cualquier muchacha.

Tú sabes que si pudiera te ayudaría, te daría lo que necesitas, pero no puedo, también tengo mis problemas, mis necesidades, mis vacíos que debo llenar.
Pero te puedo prometer, sin dudarlo, que cuando necesites de compañía, de alguien que te dé un consejo, una palabra de aliento, allí estaré para ti.

Te admiro por todo lo que has hecho en poco tiempo, por tu esfuerzo y tu valentía. Sigue así, desecha la depresión que amenaza tu felicidad y todo lo que se relacione con tu malestar y que no te conduce a nada bueno. Si te desligas de ese supuesto amor que te hiere mortalmente verás como tu vida cambia para bien. Te lo puedo asegurar.

Tú mejor que nadie conoce el camino hacia la felicidad, no tengo que repetirte nada. Eres inteligente y vas a llegar muy pero muy lejos. Lo presiento y estoy segura que será así.

jueves, 20 de noviembre de 2008

De la Selva su perla

Loreto, región olvidada por muchos gobiernos, sin embargo de importancia enorme cuando se trata de evaluar su aporte económico y ecológico al país. Iquitos, ciudad de las motos y mototaxis, hoy atestada de muchos inmigrantes de la Sierra, la mayoría comerciantes que venden desde un alfiler hasta tours por los campamentos de aborígenes, pasando por venta de ropa, zapatos, cosméticos, souvenirs selváticos; dueños de restaurantes de comida típica del lugar, y de las tan necesitadas heladerías, donde un cono con helado de aguaje te sabe a gloria después de transpirar como loca frente a un termómetro que marca altas temperaturas.

Por un sol cincuenta te llevan a la Plaza de Armas, allí, en un restaurante, observo la presencia de varios grupos de turistas almorzando y comprando casi todo lo que se les ofrece. Me voy a una callecita empinada donde el año pasado degusté varios menús deliciosos. Esta vez llegué temprano, mucho antes de la hora del almuerzo. Cuando estaba a mitad de mi plato pude ver a varios parroquianos parados o dando vueltas, esperando que se desocupe una mesa. El sitio, ya famoso por su buena calidad, estaba atestado. Cerca de allí está la conocida Casa de Fierro, diseñada por el mismísimo Eiffel, padre de la torre que lleva su nombre en la famosa Francia.

Decidí ir a La Favorita, ya venida a menos, pero una heladería que siempre me hará recordar a papá. Como siempre que voy a visitar a la abuela tomé un helado de ungurahui, camu camu, y el infaltable aguaje. Se quedó para el recuerdo la amplia sonrisa con la que me recibió la que supuse dueña del lugar: una señora regordeta que estaba detrás de uno de los mostradores del fondo. Y es que hoy, con la proliferación de heladerías con locales más céntricos y modernos, es difícil que alguien piense en comprar allí.

Esta vez mi paseo por el centro no fue interrumpido por la presencia de la tía Gloria saliendo de un banco conocido. Esta vez no tuve que defender mi postura frente a la situación de la abuela. Al final, ¿qué podría hacer yo viviendo en Lima?, o mejor dicho: ¿qué podría hacer yo viviendo en Iquitos? Si en la capital escasea el trabajo para mí, es poco probable que lo halle en la tierra de papá. Además... ¿quién viviría con mamá? ¿Quién estaría pendiente de ella? ¿Quién se pelearía con ella convirtiéndose esto en su principal distracción? Ya está decidido desde hace mucho, debo quedarme en Lima.

Estuve esperando la salida del avión desde las siete y pico de la mañana. La pista, rodeada de exuberante vegetación, distaba mucho del panorama que exhibe el aeropuerto limeño. Esta vez no llovía, tampoco me despidió el perfecto arco iris que se extendió ante mi mirada asombrada y feliz a través de la ventanilla del avión a mi llegada. Pero igual, partía a Lima. El próximo año estaré de nuevo allá. Es una promesa que me he hecho. Otra vez saborearé un helado exótico en una tierra vibrante de calor, fuego, pasión, ¡todo! Bendita ciudad que vio nacer al hombre más importante de mi vida; por algo eres y siempre serás de la Selva su perla.

Coctel de emociones

Y llegó el gran día del encuentro. Como ha venido sucediendo ahora último, fuera de mi costumbre fui la primera en llegar. Ya la gente de otros años estaba formando dos pequeñas colas para entregar la tarjeta respectiva o comprarla.

A la entrada, donde me hallaba, pude ver a la monja que otrora fue la reaccionaria, la rebelde, la que siempre decía sus verdades acerca de religión, sustentadas en cimentados argumentos que hacían que en mi cabeza se forme un torbellino y todo lo que me habían enseñado al respecto se caiga ante el ventarrón poderoso de sus afirmaciones. Como cuando preguntó a toda la clase si creíamos en la virginidad de la Virgen María... si literalmente creíamos. Nos miramos, estábamos asombradas con esa pregunta. Con perplejidad contestamos afirmativamente, y ella, movida por una increíble fuerza nos contestó: ¡No puede ser!, ¡pero si tienen la religión de infantil!, refiriéndose al primer estadio de enseñanza, al grado de pequeñas de cinco años. ¡Ah!, ¡cuánto aprendí con esa monjita! Me abrió los ojos, el criterio, y me acercó más a mis creencias, aunque parezca todo lo contrario.

Pero no la saludé... estaba ocupada decidiendo por dónde entrar, pues ella, las profesoras, y las antiguas trabajadoras de nuestro colegio, según lo que pude ver, ingresaban sigilosamente para no ser reconocidas por ninguna de las viejas exalumnas.

Decidí quedarme esperando a las ‘chicas’ que compartieron conmigo la misma aula, los chistes, las bromas, y toda clase de situaciones, como cuando empezaba a temblar la tierra y todo se convertía en un pandemonio. ¡Mi mamá! ¡Mi hermanita!, eran los gritos mezclados con llanto que más de una producía. Era tan gracioso para mí, no puedo evitar sonreír con el recuerdo. Mónica, Lisette, no me olvido de su desesperación, pero ahora las entiendo un poquito más, aunque no deja de ser risible, sobre todo cuando recuerdo a ‘la Elvi’... je, je, esa mujer... siempre seria, implacable, la que no permitía un ruidito en la biblioteca del colegio. Sí, en ese momento estalló el terremoto, todas empezaron a correr como cuyes en tómbola, aunque sin dirección alguna. ‘La Elvi’ gritó, como siempre: Niñas... ¡sentadas!, niñas... ¡silencio! Pero no duró mucho. Mientras me atacaba de risa sentada ―creo que era la única en mi silla―, pude ver que ‘la Elvi’ se bajaba del pupitre en el que se subió para tratar de calmar a toda la clase, y salía disparada de allí, dejándonos solas, en medio de los llantos, gritos, y mi risa. Sí pues, ‘la Elvi’ seguramente pensó: Ay carajo, esto sí está feo, no para... ¡sálvese quién pueda!, y entonces agarró viaje y se mandó mudar, buscando un lugar más seguro.

Esta vez no estuvo Elvi para reírme un poco, pero sí estuvieron varias monjas que me hicieron recordar muchos episodios sabrosos. Lástima que la que fuera nuestra directora ya no estaba. Quisieron recordarla con un minuto de silencio, pero desde aquí escribo sobre lo que significó para mí su presencia, su autoridad, su trabajo incansable para tratar de enseñarnos a ser buenas personas ―y vaya que sí le costó―. Como una de las veces en que decidimos escaparnos de clase... creo que era la hora de Labores, no sé, lo que sí sé es que estábamos super aburridas, así que intercaladamente fuimos saliendo al pedir permiso para ir al baño. Nos encontramos las cinco y nos pusimos a recorrer las desiertas instalaciones del colegio. Todas las alumnas estaban en clase, todas menos nosotras. En eso alguien vio que la profesora encargada de la disciplina hacía su aparición por el corredor. Nos metimos corriendo al baño de Infantil, pero ella ya nos había visto. La directora también apareció. Cuando entró ‘la Doris’ al baño gritó con voz enérgica que salgamos, que ya sabía que estábamos allí. Y es que una de mis compañeras, con gran inteligencia, se había parado encima de la tapa del inodoro, lo que hizo que su cabeza se asomara por la puerta, y eso que ella es muy chata, a lo Barraza. Una a una fueron saliendo, con la cabeza gacha, mientras ‘la Doris’ se encargaba de los regaños de ley. La única que se quedó inmóvil y en silencio fui yo, es que estaba en el último cubículo con la puerta bien cerrada y mis pies en alto para que no noten mi presencia. Esperé un buen rato y regresé al salón, allí me encontré con la madre directora que había ido a hablar con todas, llevando de las orejas a las fugitivas. Esa vez por poco y me gano la papeleta de suspensión que tuvieron mis amigas. Pero existieron otras, todas fueron para nosotras trofeos valiosos. A mucha honra, ¡caray!

La vida en el colegio ha sido para mí una de las mejores experiencias. Por eso me alegré cuando me avisaron de la reunión. Allí estaban las del otro salón, fueron pocas pero fueron, se sentaron en otra mesa, pero cercana a la nuestra. Bueno... así estuvieron las cosas y creo que así seguirán, somos seres de costumbres, y más que una probable enemistad, que no existe, es solo la tradición, además que los recuerdos unen, y ellas tienen los suyos igual que nosotras los nuestros.

Sé que también entre algunas de nosotras existe cierto sinsabor, cosas que de viejas hemos vivido, pleitos, discusiones... ¡total!, esa es la vida, cada una tiene su verdad, su experiencia, su vida, y esto no tiene por qué ser idéntico, ni siquiera similar.

Hemos compartido, bailado, cantado, comido, y bebido como locas. Ellas con su whisky y yo con mi botella de vino. Fue el día de lo prohibido, el momento de olvidar el ‘no puedo’ para divertirme como antaño, casi como durante la época escolar. De sorprenderme viendo cómo se caía Chabela, ella dice que por el cable, yo digo que por el trago; o de reírme al ver a Rosalí bailando bien amelcochada con el muchacho más lindo de los que animaban la fiesta. Cantamos al compás del acordeón de nuestra Concho. Todas nos sabíamos de memoria las canciones que aprendimos cuando teníamos cinco años, cuando las tocábamos en la pequeña orquesta que formábamos dirigidas por Concho. Había ex alumnas de mi edad, menores que yo y mayores también. Somos varias generaciones que pasamos por el mismo colegio y la misma educación, quizá hasta las mismas travesuras y parecidos recuerdos.

Solo me resta decir: ¡Ay Señor!, ¡sí que nos divertimos!

Fortaleza

Desde hace cuatro años decidí dedicar un día de la semana al trabajo voluntario. Mi labor en un hospital especializado en niños me ha dado muchas lecciones de vida, todas venidas de personas muy jóvenes.

Durante mi estancia en un hospital, esta vez como paciente oncológica, me aferré a los recuerdos de los muchos niños que conozco y el cómo enfrentaron sus enfermedades. La valentía y el coraje que desplegaron ante mis ojos me ayudó a soportar toda la carga emocional que implicaba, en ese momento, saber que tenía cáncer y que mi operación era crucial para seguir con vida.

Todavía puedo 'ver' al adolescente de 14 años que tenía una lesión espinal y que por ello estaba inmovilizado por la tracción ejercida por bolsas llenas de arena, que le colgaban de los tobillos, y una vincha metálica con pernos que lo sujetaban de la cabeza, mientras una soga lo jalaba hacia arriba.

Este muchacho soportó el tratamiento, recuerdo que le llevaba un jugo de frutas cada sábado, lo tomaba con fruición, como podía, pues no era fácil hacerlo casi sin moverse.

No pasó mucho tiempo cuando me asombró verlo sentado sobre la cama, haciendo ejercicios para mantenerse erguido, podía ver su rostro enrojecido, que al igual que sus ojos me hacía saber todo el dolor que soportaba, mientras gotas gordas de sudor resbalaban abundantemente de su frente.

A las dos semanas ya estaba en una silla de ruedas, jugando con los otros niños, su sonrisa irradiaba una felicidad mágica. Tampoco pasó mucho tiempo para verlo caminar con la ayuda de un andador, el jovencito ya estaba recuperado, pues el siguiente sábado ya no estaba allí, había partido a su ciudad, en la sierra del Perú.

Ejemplos como ese me llenaron de esperanza y de vergüenza, de esperanza porque me enseñaron que todo se puede mientras haya voluntad, y de vergüenza por tener miedo y angustia, y no ser capaz de hacer nada por evitarlo. Mis recuerdos plagados de niños hombres me hincaron el alma, la despertaron, hicieron que se inyecte de fortaleza para enfrentar la lucha, de la que resulté ganadora.

Desde aquí rindo un homenaje a todos los pequeños que me dieron el invaluable apoyo espiritual que no he encontrado en nadie más. Su lucha fue el ejemplo del que me aferré durante todo el tiempo que permanecí en el hospital, y aun siguen siendo mis angelitos robustos, llenos de fuerza, que me hacen vivir.