jueves, 18 de junio de 2009

La vida

Dicen los que gustan afirmar cosas sin sentido o por lo menos sin ningún respaldo científico, que cuando una mujer es sometida a una histerectomía, proceso por el cual se le extrae el aparato reproductor, simplemente ella pierde el deseo sexual y se convierte en una inapetente de los jugueteos placenteros en la cama de por vida. Nada más incierto.

Muchos de nosotros tenemos la peregrina idea de asociar el origen del impulso o deseo sexual con los genitales, el aparato reproductor o cualquier órgano que se encuentre dentro de esta área.

El deseo sexual y sensual va más allá de un simple órgano o espacio físico. Recuerdo muy bien cuando especté una película premiada con varios Óscar cuyo título en Latinoamérica, Regreso sin gloria, no hace honor a su guión.
Jon Voight, el protagonista, regresa de la guerra, de Vietnam para ser más explícita, paralítico y con los consabidos traumas adquiridos. Sin embargo, se enamora y logra ser correspondido e increíblemente para mí (era joven aún) tienen relaciones sexuales muy eróticas y satisfactorias, llenas de ingenio, porque se imaginarán que para ser paralítico y lograr sentir placer debe serlo.

Como dice el poema de Barnard todo está en el estado mental, es decir, el deseo, impulso sexual y la satisfacción vienen del cerebro y llegan a él. Todo es cuestión de fomentar su aparición y prolongar la sensación inigualable lo más que podamos.

Lamentablemente en países como el nuestro, donde el machismo impera, pocos conocen esto y es por eso que muchos hombres 'olvidan' la importancia de los juegos preliminares y van directo a la penetración, originando mujeres insatisfechas y atadas al yugo matrimonial solo por principios religiosos o de conciencia.

Las mujeres que pasamos por una histerectomía sentimos y gozamos del placer sexual tanto como otras que tienen todos sus órganos reproductores, esa es la verdad, el quid del asunto es ser siempre creativos y dispuestos a querer sentir.

domingo, 12 de abril de 2009

Locura

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que escuché tu voz. Los años trascurrieron vertiginosamente luego de verte en el micro, aquella vez en que casi me hundí en el asiento para que no me veas mientras subías y buscabas sitio más atrás.

¿Cómo estarás?, siempre me pregunto, con mi imaginación casi puedo tocarte, veo el que fuera nuestro cuarto, camino por la sala, llego a la cocina, hasta puedo observar la calle desde la ventana y los estacionamientos, algunos vacíos, otros no.
Está allí, silbando mientras coses, caminas con paquetes cerca al parque Cánepa, duermes plácidamente mientras mueves acompasadamente tu pie izquierdo.

No quiero recordar otras cosas, otros momentos cargados de tristeza, de locura; prefiero verte feliz a mi lado, recorriendo caminos polvorientos de esa ciudad serrana que visitamos durante Semana Santa después de haber llegado a La Oroya en medio de una granizada, vistiendo tan solo bermudas, polito sin mangas y sandalias... ¡qué locura tan maravillosa!

Sé que también es ilógico seguir pensando en ti, en que algún día volveremos a compartir momentos así de lindos, pero no puedo dejar de hacerlo, es mucho más fuerte que mi necesidad de vivir en paz.

Dentro de mí algo me dice que debo ser paciente, que es mejor esperar un mayor tiempo... más años, más vida dedicada a tu recuerdo, pero otra parte mía me reclama, me urge, me pide que abandone la idea de estar contigo que da vueltas en mi cabeza desde hace ya diez años.

Locura: sí, amor: tal vez, necesidad: seguro que sí.